Para los refugiados, las dificultades persisten después de restablecerse
Read in EnglishPor Kristin Jones
En una ceremonia de juramento el otoño pasado, Su Baw y su esposo Lah K’Paw se hicieron ciudadanos estadounidenses.
“Me siento muy bien”, dijo Su Baw después, durante un descanso de su trabajo cuidando niños en el Centro para el Desarrollo Pacífico Asiático (APDC, por sus siglas en inglés) en Aurora. “Nunca he tenido la ciudadanía de ningún país. Es la primera vez para mí y para mi familia”.
Su Baw pertenece al grupo minoritario Karen en Myanmar y pasó la mayor parte de su niñez a la fuga en la jungla. La junta militar que ocupaba el poder en Myanmar en esa época cayó con fuerza sobre la comunidad para reprimir el nacimiento de un movimiento nacionalista. Cuando el ejército atacó, Su Baw tuvo que huir de su aldea. Tenía solo nueve años. Este es uno de sus primeros recuerdos.
“Cuando bombardearon la aldea, murieron las personas mayores y los niños pequeños”, recuerda. Los que no pudieron correr suficientemente rápido. Su Baw piensa mucho en las personas que fallecieron (un primo, una tía, amigos), pero intenta no hacerlo. “Tratamos de olvidarlo”.
Ya pasaron más de cinco años desde que Su Baw, su esposo y sus cuatro hijos llegaron a Denver. Pasaron los 15 años anteriores viviendo en una choza con techo de paja en un campo para refugiados en Tailandia.
Nunca había visto un autobús antes de llegar a EE. UU. No sabía cómo cocinar con estufa u horno. Tampoco hablaba inglés.
La frase “crisis de refugiados” se usa tanto que uno pierde conciencia de cuántos refugiados carecen de nacionalidad y viven en un estado crónico de desalojo. No solo sufren al abandonar su tierra natal; luego pasan años o hasta décadas lidiando con campos, el proceso para restablecerse, la dificultad de encontrar trabajo (o simplemente tomar el autobús) y las consecuencias del trauma.
A pesar de todos estos desafíos, es impresionante la rapidez con la cual muchos refugiados logran integrarse a la vida estadounidense, dijo James Horan, director del programa para refugiados en Lutheran Family Services, una organización que proporciona muchos servicios iniciales a refugiados en Colorado.
“La gente normal no sabe lo exitosos que son los refugiados para encontrar trabajo”, Horan dijo. Su organización trabaja para combatir la percepción de que los refugiados son una carga pública.
Una investigación comisionada por el programa estatal de servicios para refugiados reveló que el 76 por ciento de los refugiados evaluados estaban bien integrados después de cuatro años. La investigación define la integración con base en factores como qué tan conectado está un refugiado con miembros de su propia comunidad, qué tan conectado está con personas de otras comunidades, el grado de autonomía económica de la familia y si se sienten seguros en su hogar. El informe, que se publicó en febrero, encontró que la mayoría de los refugiados progresó de forma constante en varios indicadores como ingresos familiares, nivel de inglés y participación cívica.
Esto no significa que su situación es igual que la de sus vecinos. La investigación también reveló que alrededor del 24 por ciento de los refugiados evaluados no tenía seguro médico, en comparación con el 6.7 por ciento de la población en general de Colorado identificada por la Encuesta de acceso a servicios de salud 2015 que recibió apoyo financiero de The Trust. Muchos refugiados tienen dificultades para dominar el inglés; tras cuatro años de vivir aquí, solo el 58 por ciento se sentía seguro al hablar inglés en contextos sociales y laborales. Además, el 61 por ciento reportó que sus ingresos familiares no alcanzaban para cubrir los gastos esenciales.
Sin embargo, la investigación, que evaluó a los participantes desde su llegada a Colorado en 2011 hasta principios del 2012 y los siguió cada año siguiente, destacó el avance general de los refugiados.
“Aún con la dificultad de [conseguir] salarios justos, altos costos de vivienda, cuidados infantiles económicamente asequibles, seguro médico, a pesar de todas esas barreras, casi todos van por buen camino”, dijo Joseph Wismann-Horther, supervisor del programa de integración para el Programa de Servicios de Refugiados de Colorado.
A su vez, algunos grupos de refugiados tuvieron más dificultades que otros. La investigación halló que los refugiados mayores de 55 años en particular tienen más dificultades para aprender inglés, formar amistades fuera de su grupo étnico y desenvolverse en su nuevo entorno. También encontró que las madres que trabajaban en sus hogares, al carecer de la interacción social constante de un empleo externo, se sentían muy aisladas.
Uno de los participantes mayores de la investigación habló de la ansiedad que le daba interactuar con personas que no hablaban su idioma; otro dijo que no podía salir solo; otros que no sabían llamar al 9-1-1.
Harry Budisidharta ha presenciado esta brecha generacional en su tiempo como subdirector del APDC, un beneficiario de The Colorado Trust. El centro, basado en Aurora, ofrece todo tipo de apoyo para refugiados, desde servicios médicos y de salud mental hasta clases de inglés y ciudadanía.
“La gente joven se integra a la cultura estadounidense con más facilidad”, Budisidharta dijo. “De hecho, esto genera desacuerdos en la comunidad de refugiados porque muchas gente mayor teme que la nueva generación esté abandonando sus tradiciones y su cultura”.
El diciembre pasado, dos amigos se juntaron en una oficina del APDC para hablar sobre su experiencia con esta dinámica. Setu Nepal, que trabaja ahí ayudando a conectar a los refugiados con seguro médico, y Hari Uprety, un organizador comunitario para la organización sin fines de lucro Rise Colorado, han logrado integrarse con éxito desde su llegada como refugiados.
Los dos tuvieron que huir de Bután a principios de los años 1990 por la amenaza de violencia y las políticas represivas del gobierno dirigidas contra las personas de origen étnico nepalí, como ellos. Ambos pasaron décadas como apátridas, con restricciones en sus derechos y libertad de circulación, en un campo para refugiados en Nepal.
“Perdí los mejores años de mi vida como refugiado”, dijo Nepal, que tenía 22 años cuando llegó al campo dónde vivió por 22 años más.
Sin embargo, ambos tenían un título universitario cuando llegaron a Denver: Nepal obtuvo su licenciatura en Bután y Uprety en el este de Nepal. Se recibieron con títulos de posgrado después de llegar aquí.
Ambos también enfrentaron muchos obstáculos para adaptarse a sus nuevas vidas aquí.
“El sistema educativo de aquí es tan diferente”, dijo Nepal. “Me sentí perdido por seis meses. Pero logré obtener mi maestría en psicología clínica. Ahora estoy haciendo un doctorado. Creo que nunca hay que perder la esperanza”.
Uprety recuerda la impresión de ver tanta diversidad. Tenía 12 años cuando llegó al campo para refugiados y pasó la vida rodeado de gente de su propia cultura hasta que se restableció en Denver junto con su esposa, sus dos hijos, sus padres y su hermano.
“Nunca había estado en un lugar así. Era totalmente nuevo para mí. Veía gente de distintos colores a mi alrededor. Parecían ser de diferentes países”, recuerda.
“Me sentía un poco confundido también. Me puse a pensar: ¿qué voy a hacer ahora? No conozco a nadie. No sé si realmente son gente buena, si realmente me van a ayudar”.
Ahora, esa misma diversidad es lo que más le gusta de Aurora, donde compró una casa recientemente.
“Aurora en como una pequeña versión de las Naciones Unidas, con 130 comunidades diferentes y 120 idiomas diferentes”, dijo. “He disfrutado mucho conocer a las comunidades de otras culturas y sus normas”.
En su puesto con Rise Colorado, trabaja con refugiados de Burma, Somalia y Nepal para conectarlos con recursos para organizar y proponer cambios en sus comunidades.
Establecer conexiones con personas de distintas culturas y comunidades es esencial para facilitar la integración a la sociedad estadounidense. La investigación halló que los refugiados que encuentran una forma de acercarse a otras culturas tienen mayor probabilidad de integrarse con más rapidez.
“Los más exitosos son los que están dispuestos a salir de lo conocido y formar amistades con personas de otras culturas”, dijo Budisidharta, que no es refugiado pero lo ha observado entre sus compatriotas inmigrantes de Indonesia.
Pero a veces estar dispuesto no es suficiente. No es por nada que algunos refugiados temen por su seguridad cuando salen a la calle. El informe estatal halló que 97 por ciento de refugiados se sentían seguros fuera de su hogar, pero Budisidharta dijo que eso no concuerda con lo que le dicen los clientes del Centro para el Desarrollo Pacífico Asiático. Los barrios en el área metropolitana donde viven las comunidades de refugiados, como el vecindario de East Colfax donde se ubica el centro, tienen tasas más altas de crimen. Y para los refugiados mayores, especialmente aquellos que no han recibido una educación formal, no es fácil aprender suficiente inglés para formar amistades con personas de otras culturas.
Otra barrera para la participación en la sociedad estadounidense es la discriminación. Uprety solicitó otros puestos de trabajo en el campo de la educación (obtuvo su maestría en educación después de llegar a EE. UU.), pero sintió que los empleadores lo rechazaban por su etnicidad.
“Todos me decían, ‘eres un buen recurso para la comunidad nepalí’”, dijo. “Piensan que solo soy bueno para la comunidad nepalí y no para otras comunidades”.
Uprety y Nepal dijeron que restablecerse es más difícil para la gente mayor. La madre de Uprety ha intentado obtener su ciudadanía varias veces, sin éxito, para seguir recibiendo beneficios federales. Su padre ni ha intentado. A pesar de ser un buen carpintero no ha logrado conseguir trabajo. Los dos dependen de sus hijos.
“Mi padre dice: ‘Tengo casi 60 años, no sé cuánto tiempo me queda por vivir’”, Uprety dijo. “Mucha gente siente que perdió algo, a pesar de que aquí tienen internet”.
“Los que antes ni tenían bicicleta ahora tienen automóvil”, Nepal dijo, coincidiendo con Uprety. Pareciera que ya tuvieron esta misma conversación muchas otras veces. “Solemos escuchar, ‘el campo para refugiados era mejor que esto’”, Nepal añadió.
Por lo tanto, los hijos de refugiados suelen adaptarse rápidamente a la vida en EE. UU. Uprety y Nepal participan en un grupo llamado Human Hope Foundation que se reunió el año pasado para ayudar a otros refugiados. Entre otras cosas, organizaron clases para enseñar el idioma nepalí a las nuevas generaciones, así estas se mantienen conectadas con la cultura y el modo de comunicarse de los mayores.
Durante los años más duros en Bután y Nepal, Uprety recuerda que “solo había una opción: reunirse, conectarse con la comunidad, sentir que todos nos estábamos acompañando para superar esas situaciones traumáticas”.
Aunque Uprety se está empeñando para adaptarse a la vida en EE. UU. y dejar atrás el trauma de la violencia política y el desarraigo, ese sentido de conexión es algo de su pasado que Uprety está tratando de mantener vivo.