Fort Morgan se está uniendo
Read in EnglishPor Kristin Jones
Richard Reiber, 77, nació en Fort Morgan, una ciudad en las llanuras agrícolas del este de Colorado. Todavía vive ahí. Su abuelo, un alemán étnico de Rusia, inmigró aquí por trabajo; Reiber recuerda escuchar los cuentos de la llegada de su abuelo, cuando no podía entender a las demás personas o darse a entender.
Durante los años entre la llegada del abuelo de Reiber y ahora, Fort Morgan ha visto llegar olas sucesivas de inmigrantes—mexicanos y centroamericanos, somalíes y otros africanos—que vienen aquí por el trabajo estable, muchos de ellos aceptando trabajos en la planta Cargill procesadora de carne ubicada en las afueras de la ciudad. Muchos de ellos han enfrentado dificultades similares adaptándose en sus nuevos hogares.
Un sábado a principios de febrero, Reiber estaba sentado en una reunión comunitaria de Fort Morgan que, al parecer, era sobre las tareas más mundanas: compartir con los recién llegados las pautas y los protocolos de las reuniones futuras. Sin embargo, cuando la reunión terminó, Reiber estaba llorando.
“Quiero apreciar todas las diferentes culturas”, dijo frente al grupo, ahogado por la emoción. “Nos estamos comunicando. Nos estamos uniendo”.
La reunión de dos horas se llevó a cabo en cuatro idiomas. Varios grupos de personas estaban organizadas por idioma en un círculo más grande, con sus contribuciones traduciéndose al español, inglés, somalí y francés para el resto del grupo.
Solamente eso—la comunicación a través de los diversos idiomas y culturas—ha hecho de estas reuniones semanales “una de las cosas más hermosas que jamás haya sucedido en esta comunidad”, dijo Reiber más tarde.
Ya pasaron 11 meses desde que los residentes de Fort Morgan empezaron a reunirse para esta tarea, compartiendo un almuerzo e ideas para crear un plan con el objetivo de que Fort Morgan se convierta en un lugar más sano y equitativo. Se dan a conocer como el grupo Culturas de Fort Morgan Unidas para el Progreso.
Su trabajo es parte de la estrategia de Colaboraciones comunitarias de The Colorado Trust; los residentes de aquí recibieron fondos iniciales para crear un plan integral que confronte los desafíos que ellos mismos identificaron como los más urgentes. Los puntos generales de su plan están tomando forma: Los integrantes de la comunidad quieren encontrar soluciones para las desigualdades de vivienda, educación y actividades recreativas, tratando cada problema desde un punto de vista cultural, de pertenencia y comunicación.
Si esa es a veces una tarea emocional, quizás sea porque se está arriesgando mucho. La ciudad de 11,000 habitantes es un lugar con una diversidad sorprendente, y a veces incómoda; cerca del 19 por ciento de los residentes en la ciudad nacieron en el extranjero, según los datos del censo de 2015. La población hispana y latina constituyen el 46 por ciento de la ciudad, y un 5 por ciento de los habitantes son negros. (Eric Ishiwata, PhD, un profesor de estudios étnicos en la Universidad Estatal de Colorado que estudia las relaciones raciales en Fort Morgan, dice que piensa que la información del censo no incluye el número total de residentes africanos. Él calcula que esta cifra es de alrededor del 10 por ciento.)
La diversidad de respuestas a estos cambios es igualmente sorprendente. Algunos inmigrantes me dijeron que se han sentido acogidos cálidamente en esta ciudad pequeña, y que hicieron amistades rápidamente con personas de otras culturas. Algunos me dijeron que han sufrido racismo o discriminación; que han sido sutilmente excluidos de servicios disponibles para otras personas, o que les han dicho insultos étnicos.
Pero las reuniones del grupo Culturas de Fort Morgan Unidas para el Progreso no se han enfocado tanto en las relaciones interpersonales o en el conflicto sino en las estructuras invisibles que crean obstáculos para unir a la comunidad. Las conversaciones que se enfocan en explorar profundamente las causas principales de las inequidades han resultado en revelaciones sobre toda la comunidad.
“Descubrimos a través de [la] participación [de los refugiados musulmanes] que va en contra de la ley del Corán pagar intereses”, dice Sue Boyett, una coordinadora de tiempo completo para el grupo, nombrando un ejemplo. “En nuestro sistema, la trayectoria para ser dueño y alquilar una vivienda es muy limitada, porque se basa en la habilidad de tener un historial de crédito bueno”.
Mientras tanto, la tarea de explorar las oportunidades recreativas en Fort Morgan le dio la oportunidad a algunos de los refugiados somalíes de escuchar sobre parques que no conocían a pesar de haber vivido ahí por tres años.
“No existe una estructura para este tipo de comunicación”, dice Boyett. “Tristemente, nos dimos cuenta lo aislados que estaban algunos de nuestros integrantes”.
Durante esa reunión del sábado, se le preguntó a un par de recién llegados al grupo la razón por la que estaban ahí.
Eleazar Vallejo es originario de Tamaulipas, México y ha estado viviendo en Fort Morgan por 12 años. Él se enteró del grupo a través de la hija de Reiber, Pauline, una amiga suya.
“Me dijo que podíamos ayudar a la comunidad, hacer algo por nuestra comunidad”, dijo Vallejo. “Tengo muchas expectativas y espero que podamos alcanzar estos objetivos para nuestra comunidad”.
Fozia Mire, una recién llegada vestida con un hijab de color coral, dijo que la educación es lo más importante para ella.
“Lo que me gustaría ver es educación para todas las personas”, dijo en somalí, mientras otra residente interpretaba. “Ya que yo no tengo educación, ese es el problema que yo veo ahora. Tal vez exista un lugar especial para que la gente se capacite”.
Estas reuniones se organizan con un trasfondo que para algunos es incómodo.
Cerca del 68 por ciento de los votos en el Condado de Morgan apoyaron al presidente Donald J. Trump. Su mensaje sobre los Estados Unidos olvidados y sus promesas de regresar el país a su pasado grandioso, encontró oídos acogedores en esta zona, una parte del estado en el que los pueblos agrícolas a veces han tenido dificultades con la transformación de la economía rural.
“Si hace todo lo que dijo, estaremos en una situación mucho mejor que en la que hemos estado por largo tiempo”, dijo Phoebe Baquera al poco tiempo de las elecciones. Baquera creció en el pueblo cercano de Sterling y se mudó a Fort Morgan hace nueve años. Está en contra del aborto y le gustan las promesas de Trump de fortalecer a la policía y las fuerzas armadas.
Sin embargo, para muchas personas que viven aquí, las elecciones solo crearon temor.
Dolores Del Campo, una inmigrante de México y ciudadana de Estados Unidos, trabaja como organizadora para el grupo. También trabaja como promotora con estudiantes inmigrantes en Fort Morgan. Antes de empezar este trabajo en 2009, cerca de la mitad de los niños inmigrantes dejaban de estudiar. El año pasado, según Del Campo, el 95 de ellos se graduó.
Muchos de los niños con quienes trabaja no fueron a la escuela el miércoles después de las elecciones, dijo. En la escuela de educación media hubo peleas entre los niños blancos y los niños hispanos.
“Las personas hispanas [están] un poco asustadas. Primero, porque muchas de ellas no están en el país legalmente”, Del Campo me dijo poco tiempo después de las elecciones. “Siento el estrés [de mis estudiantes]. Trato de decirles, ‘no se preocupen’”.
Pero ella está preocupada. ¿Separarán a los estudiantes de sus familias?
Una semana después de la inauguración presidencial, la orden ejecutiva de Trump prohibiendo la entrada a personas de siete países con una población en su mayoría musulmana, incluyendo Somalia, hizo que las comunidades de refugiados aquí se conmocionaran. (Después de que se desafiara exitosamente la orden en las cortes federales, el 6 de marzo Trump emitió una prohibición editada que excluyó las restricciones para los inmigrantes iraquíes, pero las mantuvo para los somalíes y otros.)
“Estamos muy asustados con lo que está pasando”, dijo un refugiado somalí un par de días después de anunciarse la primera orden ejecutiva. No quiso dar su nombre por miedo a que sus palabras dieran lugar a represalias del gobierno.
“Estamos escuchando a VOA”, dijo, refiriéndose a Voice of America, una estación de radio financiada por el gobierno estadounidense que emite programas en somalí. “Escuchamos sobre la prohibición de refugiados, y luego escuchamos que es específicamente de Somalia”.
Las características cambiantes de la prohibición solo aumentaron la incertidumbre, dijo: “Si tenemos un accidente de automóvil, ¿nos deportarán? ¿Cómo podemos trabajar así? … ¿Qué pasa si nos sentimos presionados por las personas donde trabajamos?”
Los integrantes de la comunidad somalí han estado evitando salir de sus hogares más de lo necesario, limitándose a ir al trabajo y a la escuela, agregó.
Este tipo de miedo e incertidumbre—y el aislamiento resultante—es malo para la salud de los refugiados e inmigrantes. Shanna Doughty, integrante del equipo de residentes, trabaja con la Asociación Internacional de Refugiados, una organización que ayuda a las personas refugiadas con el apoyo de las iglesias locales. Ella menciona estudios de investigación que muestran que a los refugiados les va mejor cuando están bien conectados con la comunidad en general.
Lo mismo le sucede a la comunidad en general, agrega. Doughty cuenta una anécdota de una conversación que recientemente tuvo con una amiga somalí que le preguntó: “¿Tienes miedo de nosotros? ¿Tienes miedo de la gente somalí?”
No, contestó.
“Tiene mucho que ver con mi fe”, dice Doughty. “Tiene mucho que ver con, ‘Te conozco’”.
A un nivel más práctico, cualquier amenaza a la inmigración es una amenaza para la salud en general de Fort Morgan, dice Ishiwata, el profesor de la Universidad Estatal de Colorado.
“Cargill es el empleador más grande [en Fort Morgan], cuatro veces mayor que cualquier otro”, dice, mencionando sus propios estudios. “La nómina de Cargill en la planta de Fort Morgan es de más de $77 millones al año”.
Ishiwata menciona otros datos: La gran mayoría del personal operativo de la planta (aquellos que matan a las vacas y procesan la carne) son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Actualmente, hay alrededor de 80 a 100 puestos vacantes en la planta a pesar de que el salario inicial es de $15.15 por hora; Cargill no pudo cubrir toda la demanda laboral aquí ni durante los peores momentos de la recesión.
“Para seguir funcionando, necesitan encontrar o contratar trabajadores que viven afuera de la comunidad, porque la fuerza laboral local no está dispuesta a aceptar esos trabajos”, dice Ishiwata.
Es trabajo físico arduo y a veces peligroso que requiere que los trabajadores despedacen rápidamente la carne con cuchillos u otras herramientas filosas al mismo tiempo que va pasando colgada de ganchos por una cinta transportadora. La falta de personal pone aún más presión en los empleados actuales, varios trabajadores actuales y ex trabajadores de Cargill me dijeron.
Mike Martin, un vocero para Cargill, dice que en cualquier ciudad así de pequeña es difícil para la comunidad generar suficientes trabajadores para una planta tan grande, así que es importante traer a empleados nuevos de otros lugares. También agrega que la seguridad es una prioridad para la compañía, la cual él dice ha estado trabajando para reducir al mínimo las lesiones.
“Sé que en estos momentos hay una narración popular dando vueltas por el país que dice que los inmigrantes se están robando los trabajos en Estados Unidos. Quizás eso sea verdad en otras industrias”, dice Ishiwata. “En esta industria en particular, eso no es verdad”.
Francamente hablando, dice: “Las tiendas se cerrarán, se dará de baja a los maestros, los impuestos recaudados disminuirán si Cargill no puede seguir funcionando debido a la falta de trabajadores”.
La reunión del sábado por la tarde del grupo Culturas de Fort Morgan Unidas para el Progreso no es el único esfuerzo local para integrar a la comunidad. Se apoya en la iniciativa de personas como Ishiwata y organizaciones como OneMorgan County, la cual ha estado trabajando desde 2005 para unir a las culturas y los idiomas a través de programas como clases de idiomas y ciudadanía, capacitaciones de comunicación intercultural y un festival anual de música cada mes de abril. (OneMorgan County es un ex beneficiario de The Trust.)
Pero este quizás sea el esfuerzo más local basado en la comunidad. Nadie le dijo al grupo Culturas de Fort Morgan Unidas para el Progreso lo que tienen que hacer o cómo hacerlo; las áreas de enfoque de vivienda, educación y actividades recreativas, y el énfasis en la comunicación y cohesión intercultural, son cosas que los integrantes de la comunidad determinaron ellos mismos después de innumerables horas investigando, hablando y decidiendo.
Su trabajo se ha mantenido constante durante los cambios en el ambiente político.
El día después de las elecciones, un estudiante varón con un padre blanco y una madre hispana le preguntó a Del Campo si estaba lista para regresar a México.
Del Campo ha estado practicando cómo responder a este tipo de preguntas, e intenta demostrarlas para el beneficio de sus estudiantes.
“Le digo a él, ‘Sí. Tengo un automóvil. Tengo una casa. Soy bilingüe”, dijo. ¿Estás listo para quedarte aquí?’”
De hecho, Del Campo me dijo, no piensa irse a ningún lugar.
Y, a pesar de los temores, la gente ha seguido presentándose a las reuniones de los sábados.
Muchos de ellos se han comprometido a seguir reuniéndose por el tiempo que sea necesario.
“Fort Morgan es todas nuestras comunidades”, dijo Baquera. “Tenemos que aprender a trabajar juntos”.
“Creo que estamos listos para sobrevivir”, dijo Del Campo.