Alcanzando la equidad en salud después del 8 de noviembre
Read in EnglishPor Kristin Jones
“Como una madre negra, profesora negra, mujer negra e integrante de la comunidad negra, estoy de luto”.
Así empezó una plática que debió haber ocurrido de manera muy distinta. Rachel R. Hardeman, PhD, MPH, una profesora asistente de la División de Políticas y Administración de la Salud en la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Minnesota, había planeado por meses dar una presentación sobre el racismo y las desigualdades en salud. Pero no se había preparado para esto; dos días antes, la nación había elegido como presidente a Donald J. Trump, un acontecimiento que a ella le resultó personalmente devastador.
“Para mí”, Hardeman continuó, “las decisiones que nuestro país tomó el martes, 8 de noviembre, no son simplemente sobre quién se encargará de liderar al país durante los próximos cuatro años, pero el hecho de que camino, trabajo, me divierto y envío al preescolar a una niña de 3 años entre gente que le dio la oportunidad a una persona racista, sexista y misógina de tomar decisiones sobre mi familia, mi hija y el bienestar de mi comunidad”.
De hecho, estos acontecimientos y la reacción de Hardema hacia ellos ilustran uno de los temas de su presentación: El racismo afecta la salud, en miles de diferentes formas, todos los días.
La presentación que dio, en una cafetería en el vecindario negro histórico de Five Points en gentrificación en Denver, fue parte de la Serie de aprendizaje sobre la equidad en salud de The Colorado Trust. Esta serie invita a expertos nacionales a que visiten Colorado para hablar sobre la equidad en salud y cómo alcanzarla. Las pláticas con frecuencia tocan temas relacionados con grupos raciales, pero usualmente desde una distancia segura mediante el uso de discursos académicos o sobre la salud pública. Raramente parecen ser discursos personales, como sucedió el jueves 10 de noviembre, cuando las heridas de un país divido seguían frescas y dolorosas.
“Lo que les ofrezco el día de hoy debe ponerse en un contexto de este retroceso que estamos enfrentando en nuestro camino para alcanzar la equidad en salud”, Hardeman dijo. “Ahora, más que nunca, nos queda tanto por hacer”.
Es momento de hablar sobre la supremacía blanca, Hardeman agregó. No sobre la discriminación individual, enfatizó, sino sobre los sistemas y las estructuras que perpetúan las desigualdades.
“No es con frecuencia que inicio mis presentaciones con el tema de la supremacía blanca”, explicó. “Pero hoy, sabiendo cuánto está en juego, se siente como un error no hacerlo”.
“La supremacía blanca es lo que cambió nuestro ambiente político de la noche a la mañana, y necesitamos entender lo que es y cómo se manifiesta si vamos a reunir la energía suficiente para continuar avanzando y eliminar las desigualdades e inequidades en salud”.
Hardeman definió la supremacía blanca como “un sistema de explotación y opresión de continentes, naciones y personas de color, basado en la historia y perpetuado institucionalmente, a manos de las personas y naciones del continente europeo con el objetivo de mantener y defender un sistema de riqueza, poder y privilegio”.
También era, dijo, una ideología política que mantiene la dominación de las personas blancas, evidenciada por las estructuras del intercambio de esclavos por el Océano Atlántico, las leyes de Jim Crow en Estados Unidos y del apartheid en Sudáfrica.
La supremacía blanca, agregó, forma la base de las desigualdades en salud que persisten y a las que se enfrentan las personas negras y otras personas de color.
El racismo estructural se extiende en todos los aspectos de nuestra sociedad, Hardeman dijo, desde la historia y la cultura hasta la política y la economía. Esto no tiene que ver con una sola persona que es racista, sino con los sistemas injustos. Ella dio un ejemplo tras otro: el que los niños de Flint, Michigan hayan estado expuestos de manera desproporcionada y prolongada al plomo en el agua; la falta de acceso a alimentos frescos en algunos vecindarios; la segregación en la vivienda perpetuada por políticas que toman en cuenta la raza de una persona para determinar si califica para recibir un préstamo.
Uno de los temas en los que su investigación se enfoca ha sido la manera en que el racismo estructural afecta los cuidados prenatales y los resultados al nacer. ¿Por qué las mujeres afroamericanas dan a luz bebés con peso bajo y prematuros con un porcentaje mucho mayor al de las mujeres blancas en este país? Existe evidencia que demuestra que el estrés de sufrir experiencias racistas tiene que ver con esto; también las desigualdades en cuestión de ingresos, empleo y educación.
Hardeman ofreció soluciones. Una idea: aumentar el salario mínimo, como los votantes de Colorado lo hicieron recientemente. Un estudio publicado en la Revista Americana de Salud Pública calculó que, si todos los estados hubieran aumentado el salario mínimo en un dólar en 2014, hubiera habido 2,790 menos nacimientos de bebés con peso bajo y 518 menos bebés hubieran muerto antes de cumplir 1 año.
Otra idea que ella propuso fue la creación de centros de parto enfocados en la cultura. Existe un lugar así en Minneapolis, llamado Roots Community Birth Center, un negocio cuyos dueños son negros y que ofrece cuidados prenatales integrales, al igual que acupuntura y cuidados quiroprácticos a madres en un ambiente acogedor e inclusivo. Este tipo de lugares puede marcar la diferencia, agregó.
Junto con otros autores, Hardeman recientemente escribió un artículo para la Revista de Medicina de Nueva Inglaterra sobre cómo los proveedores de servicios de salud pueden ofrecer apoyo a las personas negras al aceptar y nombrar el racismo. Pueden trabajar para entender las raíces del racismo en la historia de Estados Unidos, examinar sus propios prejuicios implícitos y evaluar, estudiar y hablar sobre el impacto del racismo en la salud.
El artículo se escribió en un periodo de desesperación, después de que Philando Castile, un hombre negro desarmado, muriera a balazos a manos de la policía en las afueras de Minneapolis en julio.
Eso sucedió antes de las elecciones.
Además de su amenaza de revertir los avances de cobertura médica obtenidos con la Ley de Salud Asequible, Trump demostró rechazo o desprecio directo hacia las comunidades de color, los inmigrantes y las mujeres durante su campaña. ¿Realmente se podrían alcanzar más avances en lo relacionado con la equidad en salud durante su presidencia? ¿Se podrían proteger los avances recientes? Hardeman confesó tener poca esperanza.
Sin embargo, cerró su presentación con un recordatorio sobre lo mucho que ahora hay en juego.
Hardeman leyó en voz alta la siguiente porción de una carta abierta escrita por el activista de derechos civiles Harry Belafonte en el diario New York Times el día antes de las elecciones:
O, sí,
Lo digo sencillamente,
América nunca fue América para mí,
Y sin embargo juro este juramento:
¡América lo será!
– Langston Hughes, “Dejar a América ser América otra vez”
Lo que los hombres viejos saben es que todo puede cambiar. Langston Hughes escribió estas líneas cuando yo tenía 8 años, en la América tan diferente de 1935.
Era una América en la que la vida de una persona negra no valía mucho. En donde las mujeres todavía eran ciudadanas de segunda clase, en donde a los judíos y a otros grupos étnicos se los miraba con sospecha, y en donde a los inmigrantes se los excluía totalmente a menos que vinieran de ciertos países aprobados del norte de Europa. En donde los homosexuales no se atrevían a decir el nombre de su amado, y en donde “pasar” por blanco, como un WASP, como heterosexual, como algo o alguien más que encajara en lo que América debía de ser, era algo común, con toda la autodegradación y vergüenza que requería.
Era una América que seguía estando regida, básicamente, por la violencia. En donde los linchamientos, y especialmente la amenaza de ellos, se utilizaban para mantener a las minorías alejadas de las urnas y en su lugar. En donde las compañías amasaban arsenales para que los matones usaran las armas en contra de sus propios empleados y reclutaran a la policía y a la Guardia Nacional para ayudarlos si sus ejércitos privados corporativos no eran suficientes. En donde a los veteranos desamparados de la Segunda Guerra Mundial se los expulsaba de las calles de Washington con gas lacrimógeno y bayonetas, después de haber ido a la capital de nuestro país a pedir el dinero que se les debía.
Mucho de eso es como América siempre había sido. La cambiamos, muchos de nosotros, a través de algunos de los desafíos históricos de los cuales estamos más orgullosos. No fue fácil, y a veces no fue bonito, pero lo hicimos, juntos.
“Los resultados de las elecciones nacionales de Estados Unidos son lo que son: terribles, devastadores y aterradores”, concluyó Hardeman. “Pero las palabras de Harry Belafonte nos recuerdan que lo cambiamos antes, y lo haremos otra vez”.
La misma noche en la que Hardeman dio su presentación, miles de personas protestaron en una marcha por el centro de Denver. Llevaban carteles con las palabras “Las vidas negras cuentan”, “Unidos contra el odio”, “Igual nos levantamos”. Eran hombres tomados de la mano, mujeres cubiertas por hiyabs; estudiantes arropados con banderas de arcoíris; niños vestidos con camisetas rojas de la organización Padres & Jóvenes Unidos. Todos ellos estaban hablando a gritos sobre una visión de América que el lunes parecía alcanzable, y el jueves, frágil.