Un pueblo agrícola trabaja en equipo para hacer cambios
Read in EnglishPor Kristin Jones
Un martes reciente, casi el 7 por ciento de la población de Manzanola se presentó a una reunión comunitaria que se ha convertido en tradición semanal. El objetivo de las reuniones es concebir un futuro mejor para el pueblo agrícola de 400 habitantes.
Rainy Melgosa se mudó aquí de Denver en 1971 a los siete años. Dijo que enseguida se sintió a gusto porque tiene un “alma de chica de campo”. Fue a la reunión porque ama al pueblo y a su historia y quiere reavivarlo después de varias décadas de deterioro.
María Guadalupe García se mudó aquí en 2004 de San Luis Potosí, México, para trabajar en el campo. Ella y su esposo decidieron establecerse en Manzanola para reducir el estrés que sufrían los niños por trasladarse constantemente debido a sus trabajos temporales. Quiere ver al pueblo florecer por el bien de sus hijos.
Bill Hendren llegó al pueblo hace 6 años y medio para reunirse con su madre antes que falleciera. Asistió para representar la experiencia de no tener vivienda.
Los tres son parte de más de 24 residentes que se agacharon sobre una gran hoja de papel, pegaron notitas en todas las paredes, superaron barreras lingüísticas e inevitables desacuerdos para poner por escrito sus visiones y metas para el pueblo y crear planes que se fueron definiendo y concretando a lo largo de las 2 horas que duró la reunión.
Como en otras comunidades del estado, estos vecinos de Manzanola se juntan con la esperanza de recibir fondos de The Colorado Trust para realizar su proyectos.
La mesa más llena, dónde estaban sentados Melgosa, García y Hendren, pensó en una propuesta para una organización sin fines de lucro enfocada en el desarrollo económico.
El año pasado, Melgosa lanzó su negocio Manzanola Trading Company para vender herrajes, ferretería y antigüedades. No hay muchos otros negocios en el pueblo; ni siquiera un restaurante ni una estación de servicio. Los vecinos pensaron que sería buena idea ofrecer préstamos de bajo interés y subsidios para proyectos dirigidos por la comunidad que impulsaran la economía del pueblo y beneficiaran a sus residentes. Melgosa anotaba las ideas generadas con tal rapidez que se le cansó la mano y tuvo que pasarle el marcador a otra persona.
Como García no habla inglés, Yesenia Beascochea, una organizadora con base en Pueblo, interpretaba lo que se decía para que ella entendiera. García suele decir que la única pregunta tonta es la que no haces. La semana antes de la reunión, pidió que el grupo le aclarara lo que era una organización 501(c)(3), con respecto a la estructura de la organización sin fines de lucro que están tratando de armar. Se lo explicaron. “Estoy aprendiendo mucho”, García dijo.
De vez en cuando, alguien pausaba lo que sucedía para admirar el trabajo que estaban haciendo.
“Si me hubieras dicho hace 6 semanas que estaría sentado en una mesa platicando sobre la creación de una 501(c)(3), te hubiera contestado que estabas loco”, dijo Bradley Roe, quien pasó la mayor parte de su infancia aquí y trabaja renovando las casas antiguas del pueblo.
Luego regresaron a la lista: Tendrán que contratar a un abogado para establecer la organización antes de fin de año; hablar con un consultor sobre un presupuesto de 3 años y capacitar a los que reciban los préstamos.
En las mesas del lado opuesto de la sala se trazaban otros planes. Habría que arreglar las aceras. “El pueblo entero tiene que reconstruirse. ¿Trump lo hará, cierto?” dijo un residente entre risas. Los niños necesitan más actividades después de la escuela, y el superintendente del distrito escolar estaba sentado ahí junto a sus vecinos que hacían una lista de todo lo que se necesitaría para poder llevar a los niños a una comunidad vecina para unirse al equipo de natación.
En la mesa dedicada a la visión de un espacio para actividades recreativas, la conversación cambió brevemente para hablar sobre el diente de león: Una persona contaba cómo había tratado en vano de deshacerse del yuyo, mientras otra elogiaba sus diversos usos.
Es lo de menos. Jeanne Smith (demasiados dientes de león), quien ha vivido en el pueblo por años, confesó que se había sentido agobiada por la tarea que estaban emprendiendo, hasta que tuvo una epifanía en su jardín el otro día: No tenía que hacer todo por su cuenta. “Hay un grupo fabuloso de personas que están haciendo un trabajo fabuloso”, dijo.
Esto era algo que todos el equipo de Manzanola sentía: Cuánto estaban de acuerdo, cuánto trabajaban en equipo. Todos tenían preocupaciones personales que los esperaban en casa: Una hipoteca impagable con intereses altos, un hogar temporal sin agua corriente, una esposa con un trabajo lejano.
Pero durante estas 2 horas, por lo menos, estuvieron unidos por el mismo objetivo.